sábado, 3 de agosto de 2019

Los besos en el pan

El mayor poder se consigue cuando el súbdito quiere lo que quiere el soberano y lo hace pensando que es su propia decisión.
Para conseguir esto el poder necesita una intermediación que cuanto mayor sea más "expresión de poder" existirá. 
Se trabajara asi "desde el otro" y no "contra el otro". 
Si la intermediación se reduce a cero, la violencia sera total y el otro se reduce a una pasividad total con ausencia de libertad.
Una intermediación mayor genera una mayor libertad o mejor dicho "una mayor sensación de libertad". 
La sanción tiene fuerza solo si se mantiene en forma de promesa, cuando la sanción se hace real el poder disminuye. 
Asi, la aplicación de la sanción no es la demostración del poder sino su fracaso. 
Cuando la sanción afecta más al "yo" que al "otro" deja de ser herramienta del poder y puede llegar a ser herramienta del "otro". 
La violencia pura no busca comunicación, intenta extinguir al "otro" para dominarlo. 
El verdadero poder "deja vivir". 
Y así el poder es el administrador de la vida de las personas.
Cuando caía un trozo de pan al suelo, los adultos obligaban a los niños a recogerlo y a darle un beso antes de devolverlo a la panera.
Tanta hambre habian pasado sus familias en aquellos años en los que murieron todas esas personas queridas cuyas historias nadie quiso contarles.
Los niños que aprendimos a besar el pan hacemos memoria de nuestra infancia y recordamos la herencia de un hambre desconocida ya para nosotros, esas tortillas francesas tan asquerosas que hacían nuestras abuelas para no desperdiciar el huevo batido que sobraba de rebozar el pescado. 
Pero recordamos la tristeza. 
La rabia si, las mandíbulas apretadas, como talladas en piedra, de algunos hombres, algunas mujeres que en una sola vida habían acumulado tantas desgracias como para hundirse seis veces, y que sin embargo seguían en pie.
Porque en España, hasta hace treinta años, los hijos heredaban la pobreza, pero también la dignidad de sus padres, una manera de ser pobres sin sentirse humillados, sin dejar de ser dignos ni de luchar por el futuro.
Vivían en un país donde la pobreza no era motivo para avergonzarse, mucho menos para darse por vencido.

Ni siquiera Franco, en los treinta y siete años de feroz dictadura que cosecho la maldita guerra que él mismo empezó, logro evitar que sus enemigos prosperaran en condiciones atroces, que se enamoraran, que tuvieran hijos, que fueran felices.
Después, alguien nos dijo que había que olvidar, que el futuro consistía en olvidar todo lo que había ocurrido.
Que para construir la democracia era imprescindible mirar hacia adelante, hacer como si nunca hubiera pasado nada.
Y al olvidar lo malo, los españoles olvidamos también lo bueno.
No parecia importante porque, de repente, éramos guapos, éramos modernos, estabamos de moda...
¿ Para qué recordar la guerra, el hambre, centenares de miles de muertos, tanta miseria ?
Si nuestros abuelos nos vieran, se moririan primero de risa, después de pena.
Porque para ellos esto no seria una crisis, sino un leve contratiempo.
Pero los españoles, que durante muchos siglos supimos ser pobres con dignidad, nunca habiamos sabido ser dóciles.
Nunca, hasta ahora.

Del libro "Los besos en el pan" de Almudena Grandes.

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